2507-22
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Hay momentos en que la búsqueda pública —política, institucional, social— se vuelve una peregrinación estéril: se busca entre ruinas, se añora lo que ya fue, se espera en un lugar donde la vida ya no habita. Sin embargo, las transformaciones verdaderas suelen surgir cuando se renuncia a forzar el ayer y se aprende a reconocer las nuevas señales del presente. En el ámbito del poder, eso significa abrir los ojos a lo inesperado, a lo que no encaja en las estructuras, pero da testimonio de una esperanza mayor. El clamor del pueblo muchas veces no es lógico ni ordenado, pero es genuino. Escuchar ese clamor, saber llamarlo por su nombre, y convertirlo en misión, es el inicio de todo liderazgo auténtico. Hoy, más que tecnocracia, el Perú necesita sensibilidad. Más que control, necesita reconocimiento. Y más que hablar, necesita alguien que, como María, llore, escuche… y diga: “He visto”.
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" Llamar al otro por su nombre es el primer acto de dignidad."
Del sepulcro a la voz: liderazgo que reconoce al pueblo cuando lo llama por su nombre
Hay búsquedas que parten del dolor. Así llega María al sepulcro: no por cálculo político, sino por amor. Pero al no encontrar lo que busca, llora. Se queda. Escucha. Y de pronto, oye su nombre. No un discurso. No una consigna. Su nombre. En ese gesto se abre un nuevo tiempo: ha sido reconocida, y con ello, comienza la misión. La política que transforma no se construye sobre cadáveres del pasado ni sobre estructuras vacías. Se construye sobre rostros, sobre nombres, sobre historias vivas. Quien no es capaz de reconocer al otro en medio del llanto, no está preparado para anunciar nada. Hoy más que nunca, el Perú necesita liderazgos que no se desesperen por no encontrar lo que esperaban, sino que se dispongan a ver lo nuevo que les llama. Y luego… que salgan a anunciarlo.
| La otra cara |
Política necrofílica: la obsesión por lo que ya no está
Muchas autoridades siguen buscando legitimidad en nombres viejos, esquemas vencidos, promesas ya muertas. No es falta de estrategia: es miedo al presente. Se siguen inaugurando proyectos con lógica del siglo pasado. Se siguen repitiendo los mismos discursos. Pero la realidad cambió. El pueblo está en otro sitio. Lo nuevo ya está vivo, y no lo ven. Porque solo lloran en los sepulcros de lo que ya no volverá. ¿Quién se atreve a mirar a lo desconocido y llamarlo por su nombre?
Escuchar el nombre y responder: ética del reencuentro
Cuando una voz dice tu nombre en medio del dolor, todo cambia. En la política también. El líder que sabe nombrar al pueblo —no por segmentos, no por estadísticas, sino por su identidad profunda— es el que puede levantarlo. El reencuentro entre gobernante y gobernado comienza cuando alguien deja de ver masas y empieza a ver personas. Hoy, el cambio comienza con un nuevo acto radical: reconocer, sin miedo, que el otro también tiene un nombre que pronunciar.
AFORISMOS
1. La verdadera transformación empieza cuando dejamos de buscar el cadáver del pasado y reconocemos el nombre del futuro.
2. El poder no está en controlar, sino en reconocer.
3. No se lidera desde el sepulcro: se lidera desde el reencuentro.
4. El pueblo no es una cifra; es una voz que llama por su nombre.
5. Escuchar en medio del llanto es más revolucionario que gritar desde el estrado.
6. La política nueva no necesita más ideas: necesita más nombres propios.
7. Lo que se quedó en el sepulcro, no debe dirigir el presente.
8. Llamar al otro por su nombre es el primer acto de dignidad.
9. María no fundó una institución, pero fue la primera en anunciar la esperanza.
10. El que no reconoce lo vivo, solo administra lo muerto.
PROPUESTAS
• Establecer una política nacional de “reencuentro cívico” basada en narrativas territoriales vivas.
• Reformar el lenguaje institucional para humanizar el trato público: menos código, más reconocimiento.
• Implementar “gabinetes ciudadanos de escucha territorial” con carácter vinculante.
• Introducir protocolos de ‘reconocimiento ético’ en todas las entidades públicas para garantizar trato digno y personal.
• Capacitar a los líderes políticos en “ética de la presencia”: estar, escuchar, responder con nombre y rostro.